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Fco. Javier Chaín Revuelta
Siguiendo a Hieronimua Cardanus (1501-1576) en materia de aforismos (“De utilitate ex adversis capienda”), Baltasar Gracián (1601-1658) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) comparten agudo realismo práctico y visión pesimista de la naturaleza humana. El español y el alemán se inician en filosofía, en Calatayud y en Gotha. El de Belmonte (ahora Belmonte de Gracián) publica “Oráculo manual y Arte de prudencia” que el nacido en Danzig traduce para luego publicar su propio tratado dedicado a como procurar una existencia feliz. Sí Aristóteles dividió los bienes de la vida humana en tres clases: Los exteriores, los del alma y los del cuerpo. Schopenhauer divide en tres las condiciones fundamentales que diferencian la suerte humana: Lo que uno es, lo que uno tiene, lo que uno representa.
Lo que uno es, significa la personalidad en su alto sentido más alto. Se comprende aquí salud, fuerza, belleza, temperamento, carácter moral, inteligencia y su desarrollo. Lo que uno tiene, sólo significa la propiedad y el haber de todas clases. Lo que uno representa, se entiende la manera cómo los demás se representan al individuo, lo que está en su representación, en su opinión sobre él, y se divide en honor, categoría y gloria. Estas notas deberían ocuparse de “Lo que uno es” por ser la condición determinante de la felicidad, sin embargo, esta ocasión se ocupan de la condición más nula “Lo que uno representa” que para nada influye en la felicidad.
Lo que representamos, es decir, nuestra existencia en la opinión de otro, se aprecia demasiado, por lo general, a causa de una debilidad particular de nuestra naturaleza, aunque la menor reflexión pueda enseñarnos que eso es en sí de ninguna importancia para nuestra felicidad. Así, pues, cuesta trabajo explicar la gran satisfacción interior que experimenta todo hombre desde el momento en que observa un rastro de la opinión favorable de los demás y en cuanto se halaga su vanidad, como quiera que sea. Tan infaliblemente como el gato se pone a maullar cuando se le acaricia el lomo, así se ve reflejarse un dulce éxtasis en el semblante del hombre a quien se elogia, especialmente cuando el elogio cae en el dominio de sus pretensiones y aun cuando sea una mentira palpable. Recíprocamente, es asombroso ver como se disgusta de una manera infalible, y muchas veces se siente dolorosamente afectado por cualquier lesión de su ambición, en cualquier grado o bajo cualquier respecto, por todo desdén, por toda negligencia, por la menor falta de consideración.
En cuanto a su acción sobre la verdadera felicidad del hombre y especialmente sobre el reposo y la independencia del alma (dos condiciones tan necesarias para la felicidad), es más bien perjudicial y perturbadora que favorable. Por eso, es prudente fijarle límites; y por medio de cuerdas reflexiones y una apreciación exacta del valor, moderar esa gran susceptibilidad respecto a la opinión de otro, tanto cuando se le acaricia como cuando se le hiere, porque ambos casos tienen el mismo origen. De lo contrario, permanecemos esclavos de la opinión y del sentimiento de los demás. Por consiguiente, una justa apreciación del valor de lo que uno es en y por si mismo, comparado con lo que uno es a los ojos de otro, contribuirá mucho a nuestra felicidad. fjchain@hotmail.com
Siguiendo a Hieronimua Cardanus (1501-1576) en materia de aforismos (“De utilitate ex adversis capienda”), Baltasar Gracián (1601-1658) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) comparten agudo realismo práctico y visión pesimista de la naturaleza humana. El español y el alemán se inician en filosofía, en Calatayud y en Gotha. El de Belmonte (ahora Belmonte de Gracián) publica “Oráculo manual y Arte de prudencia” que el nacido en Danzig traduce para luego publicar su propio tratado dedicado a como procurar una existencia feliz. Sí Aristóteles dividió los bienes de la vida humana en tres clases: Los exteriores, los del alma y los del cuerpo. Schopenhauer divide en tres las condiciones fundamentales que diferencian la suerte humana: Lo que uno es, lo que uno tiene, lo que uno representa.
Lo que uno es, significa la personalidad en su alto sentido más alto. Se comprende aquí salud, fuerza, belleza, temperamento, carácter moral, inteligencia y su desarrollo. Lo que uno tiene, sólo significa la propiedad y el haber de todas clases. Lo que uno representa, se entiende la manera cómo los demás se representan al individuo, lo que está en su representación, en su opinión sobre él, y se divide en honor, categoría y gloria. Estas notas deberían ocuparse de “Lo que uno es” por ser la condición determinante de la felicidad, sin embargo, esta ocasión se ocupan de la condición más nula “Lo que uno representa” que para nada influye en la felicidad.
Lo que representamos, es decir, nuestra existencia en la opinión de otro, se aprecia demasiado, por lo general, a causa de una debilidad particular de nuestra naturaleza, aunque la menor reflexión pueda enseñarnos que eso es en sí de ninguna importancia para nuestra felicidad. Así, pues, cuesta trabajo explicar la gran satisfacción interior que experimenta todo hombre desde el momento en que observa un rastro de la opinión favorable de los demás y en cuanto se halaga su vanidad, como quiera que sea. Tan infaliblemente como el gato se pone a maullar cuando se le acaricia el lomo, así se ve reflejarse un dulce éxtasis en el semblante del hombre a quien se elogia, especialmente cuando el elogio cae en el dominio de sus pretensiones y aun cuando sea una mentira palpable. Recíprocamente, es asombroso ver como se disgusta de una manera infalible, y muchas veces se siente dolorosamente afectado por cualquier lesión de su ambición, en cualquier grado o bajo cualquier respecto, por todo desdén, por toda negligencia, por la menor falta de consideración.
En cuanto a su acción sobre la verdadera felicidad del hombre y especialmente sobre el reposo y la independencia del alma (dos condiciones tan necesarias para la felicidad), es más bien perjudicial y perturbadora que favorable. Por eso, es prudente fijarle límites; y por medio de cuerdas reflexiones y una apreciación exacta del valor, moderar esa gran susceptibilidad respecto a la opinión de otro, tanto cuando se le acaricia como cuando se le hiere, porque ambos casos tienen el mismo origen. De lo contrario, permanecemos esclavos de la opinión y del sentimiento de los demás. Por consiguiente, una justa apreciación del valor de lo que uno es en y por si mismo, comparado con lo que uno es a los ojos de otro, contribuirá mucho a nuestra felicidad. fjchain@hotmail.com
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